Cada sesión familiar que hago es diferente porque en cada una de ellas los protagonistas y las localizaciones cambian y eso te hace enfrentarte a nuevos retos y situaciones. Esa es una de la partes mas bonitas de esta profesión que hace que te mantengas siempre atento, siempre aprendiendo. Aprendiendo de tus propias experiencias y de lo que te aporta la gente que vas conociendo por el camino. Por eso me gusta tener un primer contacto con las personas que voy a fotografiar antes del día de la sesión, para conocer un poco su manera de ser, su estilo y sus gustos, y para que me conozcan a mi y así el día que quedemos para hacer las fotos ellos estén mas cómodos, mas relajados y por lo tanto mas naturales.
Las sesiones familiares siempre tienen algo muy especial en el ambiente porque la relación que hay entre un padre o una madre y sus hijos siempre desprende mucho amor, ese amor que no se expresa con palabras sino que se ve en los ojos de la gente, en la manera de relacionarse y de tocarse. Capturar esos momentos es mi finalidad. Captar la familiaridad en las miradas, el cariño en los gestos e inmortalizarlos para la posteridad. Momentos únicos e irrepetibles que siempre nos recordarán esa época de nuestras vidas.
Bea me dijo que quería fotos de su peque sola y luego de ellos tres porque, aunque parezca mentira, no tenían ninguna. Esto pasa muy a menudo, a mi me ha pasado, pero claro, en casa del herrero cuchara de palo. Volviendo a la sesión. Lo primero fue buscar un sitio apropiado para hacer las fotos. Buscamos un parque tranquilo, con muchas zonas de cesped y una luz muy especial. Unos días antes yo fui a localizar porque no lo conocía. Esto es otra de esas cosas buenas, que siempre descubres lugares que desconocías y que pasan a formar parte de tu archivo de lugares.
La verdad es que el tiempo nos jugó varias malas pasadas, y estando en Valencia ya es mala pata porque aquí casi siempre tenemos sol. Pero no, tuvimos que aplazarla dos veces por culpa del mal tiempo. Las sesiones al aire libre siempre tienen este condicionante. Cuando conseguimos que el día nos saliera bueno, quedamos para hacer las fotos a media tarde para ir captando la luz del sol durante el atardecer y la hora mágica. Y nos pusimos a ello.
La sesión fue relativamente corta, una hora y media, pero muy fluida. Cuando se trabaja con niños pequeños ya hay que tener en cuenta que se cansan pronto y siempre tener un as en la manga, como algún juguete o cambio de escenario. Los niños son inquietos por naturaleza y una vez aprenden a andar es difícil ponerles freno. Lo mejor en esos casos es fluir con ellos y aprovechar los momentos únicos que te van brindando.
La pequeña Marta quedó fascinada con nuestro reflector, que seguramente le recordaba a una luna y lo perseguía allá donde estuviera. La verdad es que nos lo pasamos genial y espero que Bea, David y su pequeña lo disfrutaran tanto como yo misma.
Ahora estoy en plena fase de postproducción, que personalmente es un proceso que me encanta, y espero en pocas semanas poder enseñaros una muestra de lo que fue esta sesión familiar.
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